Es inevitable mirar a Barrionuevo
y Felipe Solá y preguntarse ¿y ahora con quién?. Un nació en Catamarca en 1942,
el otro en Recoleta en 1950. En esos
años y en distintos lugares del país, nacían los hombres que mejor representan la
política argentina de los últimos 25 años.
Uno ingeniero, el otro “sindicalista, empresario y político” (definición
infalible de Wikipedia). Si tuviera que escribir un libro sobre peronismo, sin
duda lo haría con sus vidas como testimonio.
Luis Barrionuevo es catamarqueño. Nació antes que el peronismo, en 1942.
Arrancó de pibe, en 1975 y a tono con las formalidades de la época, asaltó a
mano armada la sede de los gastronómicos para quedarse con el sindicato.
Treinta años después, en 2003 mandó a quemar urnas en las elecciones por la
gobernación de Catamarca cuando notó que no lo favorecía el resultado.
Ayer, Luis Barrionuevo inauguró un casino en el hotel de su gremio en Mar
del Plata, a su lado, acompañando su logro se encontraban Daniel Scioli y
Sergio Massa.
Felipe Solá tiene otro perfil. Habla de corrido y no tiene muchos
exabruptos. Fue ministro de Cafiero, secretario de agricultura de Menem,
vicegobernador de Duhalde, gobernador de Kirchner, candidato de Macri, legislador
afín a Cristina y ahora diputado por la lista de Sergio Massa.
Solá no estaba en la inauguración del casino, está para otras cosas, pero
seguir su carrera política es tan apasionante como observar los movimientos de
ese tipo que hace saltar la banca todos los años: siempre acierta, y cuando se
aleja de alguien, es porque le viene la noche. Tiene intuición, fundamental para subsistir en el peronismo.
Ahora que vemos al 2015 a la vuelta de la esquina, ellos vuelven a las
canchas, los periodistas los siguen, los políticos los buscan y se vuelven
celebrities de la coyuntura.
Estamos ante un momento conmovedor en la historia del país, mucho más que
el 2001, o yendo más atrás el ´16, o el ´55. 2015 será para nuestra historia
algo parecido a 1983. Esos momentos en donde la sociedad toma definiciones que van
más allá de la política.
La elección de 2015 va a ser una elección por los próximos cuatro años, pero
amparada en los 25 años anteriores.
Hace 25 años que Argentina está en una espiral decadente. En 1989 cuando el peronismo llegó al poder la
pobreza en Argentina afectaba al 30%, con hiperinflación incluida. El PBI por habitante, 5.545 dólares, era el
más alto de la región, el PBI per cápita de Brasil representaba sólo el 69% del
nuestro y el de Chile el 61%[1].
El desempleo en Argentina alcanzaba el 7,4%.[2]
25 años después no hace falta ser muy bicho para darse cuenta que hicimos
María la Paz. Nuestro PBI per cápita dejó de ser el primero de América Latina,
ahora es el cuarto detrás del de Chile, Uruguay y Brasil. Para saber a cuántos
alcanza la pobreza no podemos fiarnos de los datos del INDEC, pero según, por
ejemplo, el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, al menos un 25% de los
argentinos vive bajo la línea de pobreza; en tanto que el desempleo, con suerte
y viento a favor y tomando los datos del INDEC, está igual que hace 25 años.
Los datos serían sólo frustrantes si reflejaran el fracaso de dirigentes
políticos que se van dejando el país peor de como lo encontraron. Pero a la tristeza de esos datos hay que
sumarle un peligro: los responsables, los constructores del país bananero están
sueltos, gozan de buena salud y tienen una inquebrantable voluntad de sumar a
los 26 años que cubrirá el período 1989-2015, cuatro años más con nuevas caras,
pero con la misma esencia.
Por ahí pasa lo que viene en Argentina: no se trata de
Cristina sí o Cristina no. No es un problema de nombres, es un problema
cultural.
Cristina ya fue, su mandato termina en diciembre de 2015 y no volverá a ser
presidenta. Pero quedan los protagonistas de la historia, los que expresan el
fondo no el relato, los que acumulan poder económico y político y de una u otra
forma siempre se acomodan.
El negocio de ellos es un país con un solo partido gobernante, que queme
líderes pero que sostenga el poder, que deje pasar personas pero que mantenga
en pie los negocios.
Un buen indicador de lo bien o mal rumbeado que está el país tendría que
ver con hacer un Barrionuevómetro o un Felipómetro. Habremos avanzado mucho
cuando estos tipos, imagen y semejanza del guapo poderoso, el acomodaticio, el
cancherito y a la vez violento quiebren por falta de demanda.