miércoles, 6 de marzo de 2013

Venezuela.


Más allá de los duelos y las valoraciones personales sobre Hugo Chávez, hay detrás de él una época que termina, un mandato de 12 años, un gobierno distinto y un modelo alternativo a lo hasta ahora conocido.

Escribo esta nota de la forma más desapasionada posible, lo aclaro porque se trata de una persona y un gobierno que consiguen sacar más sentimientos que pensamientos, aún de los más lúcidos políticos, analistas, académicos y periodistas.  

Durante las presidencias de Chávez se redujo notablemente la pobreza, hubo una evidente extensión de los servicios básicos sanitarios y educativos, creció ostensiblemente el PBI del país (determinado en gran parte por el alza de los precios del petróleo). Sin dudas, en las mejoras sociales se sustentó una mayoría electoral sólida. Las gestiones chavistas devolvieron efectivamente la dignidad a millones de venezolanos.

También es cierto que el origen político de Chávez está íntimamente ligado al autoritarismo. De hecho, en 1992, lideró un intento de golpe de Estado contra un presidente constitucional y legítimamente electo, Carlos Andrés Pérez. Su desarrollo político, también lo está, el régimen que él encabezó tiene presos políticos, es decir priva de la libertad a dirigentes y funcionarios que no responden a sus ideas. Las expresiones disidentes están condicionadas y el aparato del estado se encuentra al servicio de la mirada oficial y persigue a quienes desde el sindicalismo, el empresariado o la política partidaria expresan opiniones disonantes.

Sí creo que Hugo Chávez marcó una época y fue el actor principal de la región latinoamericana en un mundo que se está experimentando un cambio de sistema y que aún en proceso de configuración, deja ver que en el futuro las regiones periféricas, Latinoamérica entre ellas, tendrán un rol destacado.

La primera reflexión que emerge luego de la noticia del fallecimiento de Hugo Chávez es que ha habido un caso paradigmático de irresponsabilidad electoral, que pretendió esconder a su vez una debilidad real del chavismo a la hora de proyectar un recambio. Si tenemos en cuenta que la enfermedad que terminó con la vida de Chávez ya lo había comprometido en algunas intervenciones quirúrgicas fuera de su país, y evidentemente no había desaparecido, parece ciertamente insensata la candidatura de Chávez para un mandato de seis años que a posteriori ni siquiera pudo asumir.

Esta cuestión electoral tiene su correlato institucional. El régimen venezolano, innegablemente democrático y participativo en su origen tiene en el personalismo exacerbado una característica fundamental. Ese culto de la persona efectivamente daña las resistencias potenciales de las instituciones y diluye esa democracia de origen con efectivas acciones autoritarias en el ejercicio del poder. Tal vez el caso más cercano sea la autorización de la Corte venezolana a que, a pesar de lo estipulado por la Constitución Bolivariana, el 10 de enero se extendiera el mandato de Chávez  pese a que no estaba ni siquiera en el país.

Chávez deja un país con menos pobres, un Estado más presente y una mejor distribución de la renta. Ese mismo país también tiene los índices de violencia más altos de la región, una galopante inflación y una dependencia del petróleo tan perversa como veinte años atrás. Venezuela es, claramente, un país con dos caras.

Quien murió fue la personalidad más influyente de Latinoamérica en los últimos veinte años. La cantidad de aciertos y errores que se le adjudiquen dependerá de la mirada de cada uno.

Yo no coincido en que la mejora de los estándares de vida de los más desfavorecidos requieran limitaciones a las libertades, estatismo acrítico y personalismos autoritarios y deseo que la transición que vivirá el pueblo venezolano sea pacífica, transparente y profundamente democrática.

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