Más allá de los duelos y las
valoraciones personales sobre Hugo Chávez, hay detrás de él una época que termina,
un mandato de 12 años, un gobierno distinto y un modelo alternativo a lo hasta ahora
conocido.
Escribo esta nota de la forma más
desapasionada posible, lo aclaro porque se trata de una persona y un gobierno
que consiguen sacar más sentimientos que pensamientos, aún de los más lúcidos
políticos, analistas, académicos y periodistas.
Durante las presidencias de
Chávez se redujo notablemente la pobreza, hubo una evidente extensión de los
servicios básicos sanitarios y educativos, creció ostensiblemente el PBI del
país (determinado en gran parte por el alza de los precios del petróleo). Sin
dudas, en las mejoras sociales se sustentó una mayoría electoral sólida. Las
gestiones chavistas devolvieron efectivamente la dignidad a millones de
venezolanos.
También es cierto que el origen
político de Chávez está íntimamente ligado al autoritarismo. De hecho, en 1992,
lideró un intento de golpe de Estado contra un presidente constitucional y
legítimamente electo, Carlos Andrés Pérez. Su desarrollo político, también lo
está, el régimen que él encabezó tiene presos políticos, es decir priva de la
libertad a dirigentes y funcionarios que no responden a sus ideas. Las
expresiones disidentes están condicionadas y el aparato del estado se encuentra
al servicio de la mirada oficial y persigue a quienes desde el sindicalismo, el
empresariado o la política partidaria expresan opiniones disonantes.
Sí creo que Hugo Chávez marcó una
época y fue el actor principal de la región latinoamericana en un mundo que se
está experimentando un cambio de sistema y que aún en proceso de configuración,
deja ver que en el futuro las regiones periféricas, Latinoamérica entre ellas,
tendrán un rol destacado.
La primera reflexión que emerge
luego de la noticia del fallecimiento de Hugo Chávez es que ha habido un caso
paradigmático de irresponsabilidad electoral, que pretendió esconder a su vez
una debilidad real del chavismo a la hora de proyectar un recambio. Si tenemos
en cuenta que la enfermedad que terminó con la vida de Chávez ya lo había
comprometido en algunas intervenciones quirúrgicas fuera de su país, y
evidentemente no había desaparecido, parece ciertamente insensata la
candidatura de Chávez para un mandato de seis años que a posteriori ni siquiera
pudo asumir.
Esta cuestión electoral tiene su
correlato institucional. El régimen venezolano, innegablemente democrático y
participativo en su origen tiene en el personalismo exacerbado una
característica fundamental. Ese culto de la persona efectivamente daña las
resistencias potenciales de las instituciones y diluye esa democracia de origen
con efectivas acciones autoritarias en el ejercicio del poder. Tal vez el caso
más cercano sea la autorización de la Corte venezolana a que, a pesar de lo
estipulado por la Constitución Bolivariana, el 10 de enero se extendiera el
mandato de Chávez pese a que no estaba
ni siquiera en el país.
Chávez deja un país con menos
pobres, un Estado más presente y una mejor distribución de la renta. Ese mismo
país también tiene los índices de violencia más altos de la región, una
galopante inflación y una dependencia del petróleo tan perversa como veinte
años atrás. Venezuela es, claramente, un país con dos caras.
Quien murió fue la personalidad
más influyente de Latinoamérica en los últimos veinte años. La cantidad de
aciertos y errores que se le adjudiquen dependerá de la mirada de cada uno.
Yo no coincido en que la mejora
de los estándares de vida de los más desfavorecidos requieran limitaciones a
las libertades, estatismo acrítico y personalismos autoritarios y deseo que la
transición que vivirá el pueblo venezolano sea pacífica, transparente y profundamente
democrática.
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