Vaya uno a saber
por qué, Mendoza siempre tuvo ínfulas de
autonomía. Tal vez sea porque desde temprano desarrolló una economía regional
con dinámica propia, o por la distancia de 1.000 kilómetros respecto a Buenos
Aires. Más allá de las razones, hay algo cultural que hace que los mendocinos pongamos
a la provincia de modelo, reneguemos de la Nación, y enaltezcamos a la mendocinidad.
Esa mendocinidad,
en materia política fue entregada hace 25 años. La última imagen de ella fue el
conflicto entre Llaver y Alfonsín por Los Nihuiles. Desde entonces, la sumisión se impuso como estrategia.
De los últimos 20
años, salvo cuatro –los dos primeros de la gestión Iglesias y los primeros dos
del mandato de Cobos-, el signo político del gobernador coincidió con el del
Presidente. Podríamos suponer que esa empatía redundó en
beneficios para Mendoza. No. Con la cabeza gacha y sin chistar los gobiernos
mendocinos pusieron a Mendoza a disposición del presidente de turno.
Actualmente, hay dos
situaciones estratégicas que permiten asegurar que
el gobierno de Pérez, a seis meses de haber comenzado, será una continuidad en
ese camino de mediocridad.
Primero, la
competitividad de la economía mendocina. En Mendoza no se produce soja ni hay
montadas grandes fábricas o ensambladoras que sustituyan importaciones. Los mendocinos producimos vinos, ajos, conservas e industrializamos frutas. Mucho de
eso lo vendemos al exterior; Brasil, Estados Unidos, Europa y los países
asiáticos son destino de nuestros productos. Todos los sectores de nuestra
economía sufren hace cuatro años el deterioro de su competitividad porque
aumentan sus costos un 20% anual por la inflación, y con el tipo de cambio
estable, venden a dólares constantes que cada vez rinden menos.
Lentamente, los productos mendocinos pierden competitividad faz a faz sus competidores
chilenos, sudafricanos, australianos. El paso siguiente es la pérdida de
mercados. Cuando se pierden mercados se achica la producción. Al achicar la
producción se echan trabajadores y se invierte menos en la provincia. Y la
lista de consecuencias sigue.
Los mendocinos no
gozan de los precios elevadísimos de la soja, que aun con políticas erráticas
del gobierno nacional conserva competitividad. Los mendocinos tampoco gozan de
protección por sustituir importaciones, más bien sufren las restricciones para
ingresar bienes de capital para sus industrias. Lo que es más grave, los
mendocinos sufren la inoperancia, silencio y pasividad de un gobernador que en
lo que va del año aplaudió a la presidenta en varias cadenas nacionales y no volvió de ningún viaje con respuestas concretas.
Vamos con la
segunda. Si agarramos los diarios de hace diez años, vemos que los mendocinos hablaban
de Portezuelo del Viento, el Trasandino, el Paso las Leñas, la represa Los
Blancos. Claramente había dos grandes pilares en la obra pública mendocina, la
maximización de recursos hídricos y la integración física con Chile. Si agarrás
los diarios de esta semana, seguro que encontrás dirigentes que piden a gritos
por Portezuelo, el Trasandino, el Paso Las Leñas y la represa de Los Blancos.
Luego de una
década donde la economía argentina se expandió a un promedio del 7%, las obras
públicas estratégicas para Mendoza, siguen pendientes. La lealtad, no se reflejó en obras. El problema hídrico se profundizó. La integración física con Chile sigue pendiente.
Mendoza eligió
gobernador hace seis meses pero pareciera que lo hizo hace diez años. Las declaraciones y acciones de Pérez, perfectamente cuajarían en un diario de 1995
o 2005. Abundan en generalidades y en asuntos pendientes desde hace dos décadas
en la agenda pública mendocina.
Le quedan todavía
tres años y medio de mandato, pero desde diciembre hizo más referencia a sureelección que a la producción; a reformar la constitución y endeudarse para
llegar a diciembre, que a exigir a la Nación lo que corresponde a Mendoza.
Con esta muestra,
sobra. Pérez es Jaque recargado. Obsecuente como su predecesor, no oculta sus
aspiraciones de reelección mientras observa pasivamente el deterioro de las
joyas de la abuela.
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